No puedo presumir de poseer un olfato privilegiado, de hecho, creo que está por debajo de la media, lo cual, en esta urbe odorífera, en ocasiones más bien parece ser una bendición ante los humores que llegan a acumularse en el transporte público, en los alrededores de puestos fritangueros o en salones llenos de las feromonas y demás sustancias que puedan segregar cinco docenas de adolescentes después de una intensa sesión de ejercicios físicos o sesión de lo que sea. Mi único temor respecto a mis límites olfativos se relaciona con la posibilidad de ignorar el sutil buqué característico de una fuga de gas. Fuera de eso, todo está bien.
Sólo puedo distinguir el olor de una persona en contadas ocasiones, generalmente, por que es tan fuerte como para no ignorarlo, o por su cercanía de otro tipo. Este es un breve recuento memorioso (sin afanes cronológicos, cualitativos ni cuantitativos) acerca de estas cercanías.
El aroma de A, sumamente intenso y fuerte, pero muy agradable también. Como una mezcla de aceite de oliva y sal marina, como correspondía al origen mediterráneo del mismo A.
A pesar de todo, no pude distinguir el aroma de B hasta mucho (y quiero decir "mucho") tiempo después, cuando ya no me importaba ni el olor ni B. Un aroma demasiado débil. Vaya decepción.
C. Un aroma tan fuerte que me invadía hasta casi asfixiarme. Como C, no tenía miramientos ni consideraciones. Se entremetía hasta el último rincón sin escuchar protestas ni rechazos. Sin embargo, lo busco y lo sueño.
Finalmente, ¿cómo lo puedo explicar? ¿Por qué el aire me lleva hasta ti, aun sin quererlo o esperarlo? ¿Cómo alguien puede desprender un aroma tan dulce y tan fuerte a la vez? ¿Soy únicamente yo quien se lo imagina o es tu aura natural, extensión invisible de ti? Espero que, algún día, D me responda finalmente estas preguntas.
No hay perfume que pueda pervertir el olor de tu alma,
ni así envasado en un millón de frascos diferentes.
(M.B., Velvetina)