Estos días parecen estar llenos de acontecimientos:
que si ahora las funciones de lucha libre estarán bajo la advocación de San Lázaro; que si en México hay hermanos incómodos cómo no va a haber en otros lares, como en Chile, nietos incómodos, de la misma forma como ahí mismo puede haber un equipo incómodo de futbol (si perder un campeonato como local ante la misma presidenta de tu localidad no es más que incómodo, entonces que alguien sugiera una definición más apropiada para la situación).
Que si Fox dejó escuela entre los diputados panistas y cuando uno de éstos tiene arrebatos de sinceridad sobre la educación pública desde su perspectiva de la educación privada (porque todo parece indicar que él es el privado de cualquier tipo de educación) vaya que nos ofrece momentos memorables. (¿¿En serio la UNAM aprueba con 5?? ¡He vivido bajo el cruel engaño de mis maestros de matemáticas, química, civismo y macramé! ¡Calificaciones espurias!¡Exijo un recuento!)
Entre esta avalancha noticiosa, hay eventos que aparentemente no son tan relevantes, pero no por ello pasan desapercibidos ni mucho menos, pierden importancia. Particularmente, cuando se trata del fallecimiento de una persona dedicada en cuerpo y alma al arte, así como a su análisis y enseñanza.
Tomás Pérez Turrent fue un hombre de cine. Trabajó ante la cámara y detrás de ella. Fue guionista de varias de las películas más memorables de una época bastante olvidable del cine mexicano (en la década de los 70's: Canoa, Las poquianchis, El complot mongol y Mina, viento de libertad; en los 80's: Alsino y el cóndor, Las inocentes y la singular obra sobre el juego prehispánico de pelota Ulama, el juego de la vida y la muerte).
También fue maestro de uno de los pocos centros de enseñanza cinematográfica en México. Y finalmente, escribió cada domingo una columna de crítica cinematográfica en el diario El Universal.
Esta columna fue mi primera vía de inducción al vicio cinéfilo y el principal catalizador de mis desviaciones visuales. Particularmente, todas aquellas películas que Pérez Turrent destrozaba con su tremenda ironía, eran las que más me atraían y las que deseaba ir a ver... para confirmar si de verdad eran tan malas.
Este es mi recuerdo y una breve anti-necrología, pues no constata la muerte sino la presencia viva de un hombre de cine,
que si ahora las funciones de lucha libre estarán bajo la advocación de San Lázaro; que si en México hay hermanos incómodos cómo no va a haber en otros lares, como en Chile, nietos incómodos, de la misma forma como ahí mismo puede haber un equipo incómodo de futbol (si perder un campeonato como local ante la misma presidenta de tu localidad no es más que incómodo, entonces que alguien sugiera una definición más apropiada para la situación).
Que si Fox dejó escuela entre los diputados panistas y cuando uno de éstos tiene arrebatos de sinceridad sobre la educación pública desde su perspectiva de la educación privada (porque todo parece indicar que él es el privado de cualquier tipo de educación) vaya que nos ofrece momentos memorables. (¿¿En serio la UNAM aprueba con 5?? ¡He vivido bajo el cruel engaño de mis maestros de matemáticas, química, civismo y macramé! ¡Calificaciones espurias!¡Exijo un recuento!)
Entre esta avalancha noticiosa, hay eventos que aparentemente no son tan relevantes, pero no por ello pasan desapercibidos ni mucho menos, pierden importancia. Particularmente, cuando se trata del fallecimiento de una persona dedicada en cuerpo y alma al arte, así como a su análisis y enseñanza.
Tomás Pérez Turrent fue un hombre de cine. Trabajó ante la cámara y detrás de ella. Fue guionista de varias de las películas más memorables de una época bastante olvidable del cine mexicano (en la década de los 70's: Canoa, Las poquianchis, El complot mongol y Mina, viento de libertad; en los 80's: Alsino y el cóndor, Las inocentes y la singular obra sobre el juego prehispánico de pelota Ulama, el juego de la vida y la muerte).
También fue maestro de uno de los pocos centros de enseñanza cinematográfica en México. Y finalmente, escribió cada domingo una columna de crítica cinematográfica en el diario El Universal.
Esta columna fue mi primera vía de inducción al vicio cinéfilo y el principal catalizador de mis desviaciones visuales. Particularmente, todas aquellas películas que Pérez Turrent destrozaba con su tremenda ironía, eran las que más me atraían y las que deseaba ir a ver... para confirmar si de verdad eran tan malas.
Este es mi recuerdo y una breve anti-necrología, pues no constata la muerte sino la presencia viva de un hombre de cine,
Tomás Pérez Turrent.
2 GLOSAS:
su prosa es muy alegre y divertida, tanto para rendir homenaje al talentoso señor que nos ha abandonado ,que por lo demás no conocía, como para referirse al amargo dolor de un colocolino de korazon...un talento en ciernes que debe dar rienda suelta a la expansión..saludos
kuxtodio
Saludos y muchas gracias por seguir leyéndonos.
A sus órdenes siempre y abrazos fraternales futbolísticos.
Publicar un comentario