Boy scouts realizando las gracias propias del movimiento escultista; la evolución de los primeros microorganismos hasta los dinosaurios durante las distintas eras prehistóricas; aspectos de la vida cotidiana en las aldeas medievales, los juguetes romanos chinos; la máscara de oro del sarcófago de Tutankamon, los delfines del palacio de Knossos en Creta... Lo mejor de todo eran las explicaciones e historias que yo misma creaba para cada una de estas imágenes. Sobra decir que cuando comencé a leer trabajosamente los textos que las acompañaban, éstos últimos me resultaron incomprensibles, cuando no insatisfactorios o incluso, absurdos, al igual que las explicaciones que los adultos bienintencionados me proporcionaban.
En fin, una de las imágenes que más me subyugaban era una ilustración parecida a esto ---->
Sobra decir que gracias a esta imagen rescatada entre los girones de mis lecturas de infancia, adoro las visitas a la óptica. El reencuentro con ella es mi parte favorita del examen de la vista cuando me calibran para un nuevo par de espejuelos. Además a los optometristas les hace una gracia tremenda cuando les digo que me encanta su foroptor o foróptero, que así es como se nombra el artefacto en cuestión.
Ni los engendros de Ctulhu, que conocería muchos años después, ni las enigmáticas efigies de los dioses prehispánicos, le ganan a eso.
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