Puedo decir que conozco un barrio o zona sólo si he conocido sus cafés, con la consabida degustación. De esa forma, cuando debí acudir al centro de documentación ubicado en esa calle, que por lo demás fue una experiencia sumamente grata por sí misma, no pude evitar entrar a conocer el café que se encontraba enfrente, cuanto más que necesitaba una buena dosis de cafeína para reanimar mis neuronas después de una tarde leyendo y tomando notas.
Mi paso por el centro de documentación fue breve pero fructífero, gracias, particularmente, a sus bibliotecarios. No sólo fueron amables y atentos, sino que también me proporcionaron referencias valiosas sobre artículos y libros que no conocía. El centro fue la parte final de unas vacaciones de verano que pasé en un archivo histórico ubicado en el otro extremo de la ciudad y en el AGN.
Aunque concluí mis visitas al centro hace más de un año, no puedo dejar de darme ocasionalmente una vuelta por ahí, pues es un rumbo que en lo personal me resulta muy entrañable. Por eso, cuando tengo algún pretexto que me lleve en esa dirección, incluyo el consabido capuchino como parte indispensable de la expedición.
La calle donde se encuentran el centro documental y el café, a pesar de encontrarse cerca de una avenida sumamente transitada a toda hora y de una estación del metro asediada por el comercio callejero, es muy tranquila. Además las casas que se encuentran en ella son ejemplos discretos pero bien conservados del estilo art deco, característico de la colonia en cuestión.
Este es el primer punto por el que comenzaré esta especie de mapa personal sobre el proceso de escritura en el que estuve inmersa mucho tiempo, el cual se volvió más intenso durante los últimos meses y que finalicé hace poco.
También es una especie de celebración en retrospectiva, puesto que cada uno de estos lugares fue, en cierta forma, catalizador, cómplice y refugio cuando necesitaba pensar, leer, reescribir, descartar, agregar.
Particularmente, valoro los momentos de tranquilidad en ese café; parece mentira cómo una taza de cafeína caliente es remedio eficaz, al menos en mi caso, para recobrar los ánimos. Este café me recuerda buenos momentos: cómo terminaba una jornada ardua pero fructífera. Mi celebración privada incluía un capuchino.
Pero también me recuerda los momentos más negros (curiosamente, los últimos meses antes de concluir todo el proceso) cuando me sentía incapaz de seguir avanzando. No extralimitemos las propiedades benéficas de la cafeína, aunque éstas sean varias y poderosas. El capuchino es elíxir grato a hombres y dioses, pero no es milagroso. No desaparecía el bloqueo pero al menos me hacía recobrar un poco de tranquilidad para continuar el trabajo.
(Continuará....)
2 GLOSAS:
Perdón amiga mía por interrumpir tu solitaria degustación, pero la próxima vez invitas ¿no?
Recibe un abrazo monumental y desmedido.
TANIA: Espero con ansias la próxima oportunidad para compartir cafeína y elucubraciones contigo. Recibe de igual forma tremendos abrazos y cariño. No dejes de tenerme al tanto de tus andanzas también.
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