Geografía elemental

(Nota: Originalmente, este post se pensó como contribución para El Montonal. La diletancia de quien esto escribe impidió su inserción en dicho espacio. Su aparición es tardía pero no por ello menos esperada, pues ahora ya figura como un pendiente menos en el tintero y una contribución más para este espacio, tan falto de ellas a últimas fechas. Mi deuda personal con el proyecto Montonal queda pendiente, mas no olvidada.)
De la famosa México el asiento,
origen y grandeza de edificios,
caballos, calles, trato, cumplimiento,
letras, virtudes, variedad de oficios,
regalos, ocasiones de contento,
primavera inmortal y sus indicios,
gobierno ilustre, religión y Estado,
todo en este discurso está cifrado.

Bernardo de Balbuena, Grandeza mexicana


Tal vez la conciencia de esta ciudad no fue la oposición para mí perceptible pero intrascendente entre la pequeña matria provinciana y mi lugar de origen, o el afán de mis parientes veracruzanos en señalar de forma sutil e insistente mi condición como natural del sitio remoto, monstruosamente inabarcable y de límites nebulosos pero que pretendían abarcar, dominar, con la invocación de una sola palabra: México, como si así se pudiera justificar toda mi existencia, incluyendo sus huecos y contradicciones.

No. No fue la conciencia de estar dividida entre dos lugares y ser dos o más personas, de acuerdo a mi geografía genealógica.
El momento en que cobré conciencia de esta ciudad y, si es posible decirlo, de nuestra mutua pertenencia, fue entre los estertores del temblor. Una convulsión y de pronto, la ciudad tuvo sus entrañas al aire. Nosotros contemplamos y recorrimos durante mucho tiempo una ciudad madreada y tirada a mitad de la calle; una ciudad en ambulancia, en sala de urgencias, en permanente espera del quirófano. Por eso, esta pertenencia de la que hablo nace de la conciencia de nuestra vulnerabilidad y desnudez, las cuales son, creo, las dos señas que nos quedan marcadas permanentemente a los llamados ahora chilangos: por derecho de sangre, por convicción, los transterrados.

La idea de ambas conciencias me lleva a hablar de otras marcas que también nos señalan a aquellos que de alguna forma somos parte de esta ciudad al ser ella parte de nosotros:

- Siempre se debe estar preparado para lo inesperado, lo absurdo, lo racionalmente imposible. No me refiero a las condiciones impredecibles del tráfico matutino ni al tan esperado ovni que algún día habrá de aterrizar en medio del Zócalo a mitad de un mitin del Peje, acompañado por el rítmico atabal de los concheros, sus nubes de incienso y las campanadas de Catedral. La dimensión burocrática de esta ciudad nos hace pensar en un nuevo círculo que Dante omitió, con la sigularidad de enlazar infierno y purgatorio, donde el absurdo y la ausencia de sentido común son norma. En resumen, la escala de asombro del chilango promedio es imprecisa y vaga, cuando no inexistente. Pero es importante aclarar: una cosa es la flema y otra muy diferente, el valemadrismo.

- De esta última aclaración se desprende lo siguiente: poseemos una capacidad de aceptación y adaptación tal que se confunde con el masoquismo... o el valemadrismo. En efecto, a las condiciones que cotidianamente sufrimos en escala variable de infrahumanidad, le añadimos el orgullo, no de sobreponerlas o remediarlas, sino de aceptarlas y convivir con ellas, porque de una u otra forma, nos las ingeniamos para encontrar un remedio, una salida, un boquete que nos ahorra la reparación completa de ese desperfecto o emprender la solución completa. A veces, he llegado a creer que la existencia en Chilangolandia se concentra en dislucidar una sola cuestión: a ver quién aguanta más. Quizá por eso no resulta gratuito buscar en el origen mismo de esta condición en la misma leyenda fundacional de nuestra ciudad: fue el lugar señalado para que los aztecas, quienes se habían ganado fama por vivir en condiciones y lugares que nadie más habría tolerado, se asentaran por fin.

- Vázquez-Montalbán reflexionó en alguna de sus novelas sobre la debilidad y fascinación de los catalanes por las cosas bellas que ofrece la vida de forma gratis, de allí el encanto que este pueblo mediterráneo encuentra en ir a beber en la fuente pública o salir a recoger setas al campo. Pues bien, el defeño encuentra su mayor fuente de placer en encontrar atajos, recovecos, reglas no escritas, prohibiciones no explícitas y demás formas en que sea posible contravenir el orden, brincárselo subrepticia pero alegremente, sacarle la lengua a los reglamentos y quienes se ostentan como autoridades; rehacer el orden, no con un afán contestatario ni de volverlo caos, sino de crear un orden personal, individual. La libertad de los otros termina donde comienza mi propia comodidad.

- Resulta inconcebible para un chilango no tener al menos una de sus dos raíces familiares anclada en el exterior, sea uno de los estados o sea en otro país. Con estos trasplantes vienen también los injertos. Presentenme a alguien cuyos bisabuelos hayan sido originarios de alguna zona demarcada en el DeFe, y yo me presentaré como chilanga de primera generación, pero como la cuarta y última generación de vecinos de la Roma. Preséntenme a Kevin Pérez, a Marlene Cruz; yo les presentaré a Lupita Watanabe y a Emiliano Itzcoátl Gordon.*

- Como en la Zona del Silencio, también nuestro orden temporal no transgrede sino que instaura su propia lógica y normalidad. Ahorita es una expresión venturosa por relativa. El inicio de cualquier actividad en punto, se verificará, por lo general, en la práctica, cinco, diez minutos, un cuarto de hora después. No hacerlo así constituiría una falta de educación dentro de la etiqueta (no escrita, claro está) chilanga.

Juan García Ponce hace decir a uno de sus personajes, palabras más, palabras menos, lo siguiente: "Dime, ¿te gustaría vivir en otra ciudad? A mí no. Yo sé que en esta ciudad voy a encontrar algo importante. No sé qué sea, pero sé que voy a encontrarlo."

Las ciudades habitan y reverban de forma distinta en cada uno de sus habitantes.
Hay una ciudad que vi y desapareció; otra, que nunca he visto pero está presente, y una más, que sigo buscando a través de esas dos.



"¿Cómo ves?" dir. Paul Leduc (México, 1985). Queda poca cosa qué añadir a las intervenciones de Cecilia Toussaint, Alex Lora (aún rockero) y Rockdrigo González; después de tantos años siguen encarándonos a la realidad presente desde el momento en que la cantaron hasta ahora.
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* Nombres imaginarios, no improbables.