memorial del palacio

A la lectora más inteligente que conozco y mi héroa personal.



¿Recuerdas? Tú lo habías leído antes que nadie. Cuando podía ser confundido como simple exotismo en la página cultural o una muestra colorida de la globalización del underground intelectual. En otra persona lo habría creído mera pose pero tú siempre has sido la lectora más inteligente que conozco. Siempre adelante de críticos, maestros, compañeros, amigos, colegas, adivinos, amantes, gurús y profetas; antes de las reseñas consagratorias en las publicaciones del oficio y naturalmente, en una dimensión diferente del resto del mundo. Por eso me divertía tanto rematar, a veces, la narración de tus andanzas y confrontaciones con la palabra iconoclasta, como santo y seña de tu destino y vocación.

Y siendo esa lectora sagaz, no podías dejar de darte cuenta del valor de lo que estabas leyendo, aunque fuera un escritor portugués del que no se sabía nada y cuyo nombre no decía nada a casi nadie.

¿Recuerdas? El evangelio según Jesucristo en una modesta edición Seix Barral. Sin tapa dura, apenas con una humilde cubierta sin plastificar; tamaño rústico, papel rústico también. La ilustración que habían escogido para esa edición era  una pintura, la huida de la Sagrada Familia a lomo de burrito. Creo que el libro te salió casi regalado, pues no era precisamente un best-seller y de seguro la librería necesitaban deshacerse de la mercancía de saldo para atiborrar sus anaqueles con las últimas novedades editoriales.

Gracias al intercambio de lecturas que manteníamos de común acuerdo, me lo hiciste conocer. Fue una de tus recomendaciones. Confié ciegamente en tu instinto de lectura y lo sigo haciendo; siempre aciertas. Lo leí lentamente a ratos, como repensando y reflexionando las palabras. A ratos leí febrilmente pero deseando que faltara aún mucho para llegar al final de la novela. Después de leerlo sentí un escaldamiento interior que duró mucho tiempo. 

El siguiente semestre, esta vez dentro de las lecturas "académicamente obligatorias" conseguí Ensayo sobre la ceguera. Ya estaba publicado por Alfaguara, había perdido el encanto de la edición rústica que pasa casi inadvertida, pero su cubierta,una escena de Brueghel el Viejo, me gustó mucho: los ciegos que conducen a otros ciegos. Nuevo escaldamiento y mayor.

Y, ¿puedes recordar cuando vino el mismo Saramago a hablar en nuestro auditorio? Cuando era nuestro, de todos. Recordarás que hubo una fila maratónica para la conferencia. Pero las puertas del buen Che Justo no se cerraron para nadie y entró quien quiso, hasta donde fue posible atiborrar un auditorio acostumbrado a ser atiborrado. Cuánta algarabía cuando apareció y cuánto silencio atento para no perder cada una de sus palabras, que se deslizaban tenues, mecidas en el aire por la cadencia del singular portuñol de Saramago.

Recuerda qué distinta fue la siguiente vez que lo vimos. Las actividades estaban suspendidas por la huelga y si bien, la situación estaba patas arriba, nuestra comunidad universitaria estaba confrontada y se preparaba el linchamiento, había suficiente tiempo libre para averiguar que Saramago estaría en el Palacio de Bellas Artes.

 Vaya sorpresa cuando llegamos a primera hora para solicitar los boletos que supuestamente se repartirían gratuitamente, pues ya se habían agotado, lo cual era absurdo, pues la capacidad del lugar era considerable, aun cuando los mejores lugares ya habían sido apartados y repartidos entre los ejecutivos de la editorial y los miembros de la universidad privada que fungían como sponsors del flamante Nobel en estas tierras. Pero mira por dónde, una huelga puede tener repercusiones indirectas, impensadas. Ni tardos ni perezosos, los inconformes que nos encontrábamos reunidos en el mezzanine de Bellas Artes comenzamos a protestar, a protestar y a protestar exigiendo boletos:  "¡Si Saramago viniera, con nosotros estuviera!".

Creo que era lo último que esperaban los burócratas que estaban a cargo. Se nombró una comisión entre quienes estábamos ahí para dialogar con los encargados de repartir los boletos y entregarles una carta con las firmas de quienes protestábamos. Finalmente no hubo necesidad de repartir tales boletos, pues nos dieron la entrada a todos. Como colofón, quienes estuvimos en el mitote le enviamos un regalo a Saramago el día que se presentó en Bellas Artes: un gran ramo de claveles rojos junto con una tarjeta con las firmas de cada uno de los mitoteros.

Ahora queda mucho tiempo para hablar y hablar. Para escuchar cómo lo ponen en un altar y como siguen queriendo quemarlo todos los que logró irritar por sus palabras, sus actos, sus creencias o la falta de éstas; por lo que él representaba. El Vaticano, los sionistas de la corriente ultra, los ultra reaccionarios a quienes el color rojo les produce salpullido, los que se sienten ideológicamente defraudados... Reconozcámoslo, en lo referente a sus enemigos y perseguidores, Saramago fue democrático e incluyente a más no poder.

Pero ahora también muchos se preguntan cómo un escritor en estos días puede ser querido y respetado por tanta gente. Yo sólo puedo hablar de lo que vi esas dos veces que tuve oportunidad de ver y escuchar en persona a Saramago, ¿recuerdas? La diversidad de sus lectores y el entusiasmo común a todos, el cual era más que suficiente como para aguantar pacientemente la espera de horas, el calor de un local a reventar, las inclemencias de la intemperie y demás. Recuerda también su actitud humilde, sus palabras compartidas generosamente para todos los que lo  escuchaban. Lo demás, la médula de la cuestión, se encuentra entre las páginas de sus libros esperando a quien desee respuesta.

  Como dije, ahora nos quedamos con el tiempo. Por eso ¿recuerdas? prefiero leer.