El día que conocí el hielo

Como habitante de la otrora Ciudad de los Palacios, otrora también Ciudad de la Esperanza, conocida también como Chilangolandia o DFctuoso, mis parámetros de asombro se ven alterados constantemente. Cada semana, cada día, incluso por horas, conceptos como inverosímil, absurdo, bizarro o desconcertante cambian constantemente, así como las reacciones que tales conceptos, cuando dejan de ser abstracciones para materializarse, deberían generar.

A estas alturas la idea de que Kafka y Ionesco se hubieran ganado la vida como cronistas de haber vivido aquí, ya es mero lugar común. Simplemente ha quedado rebasada.

La noche de ayer simplemente alcancé otro punto más en mi gradación de incredulidad al mismo tiempo que cumplía con lo que parece ser el ritual navideño de este año.

Junto con cientos de personas, entre la que se incluían cinco primos y primas de la rama Bandala, provenientes de la gélida y nebulosa sierra veracruzana, me senté a contemplar un enorme trozo inerte de hielo.




Sí, señoras y señores. Oiganlo bien: no conocemos más nieve que la de limón, por lo que la vista de una gran superficie helada no sólo nos llena de emoción y asombro, sino que genera en nosotros un éxtasis equiparable al que seguramente sintieron José Arcadio y Aureliano Buendía el día que conocieron el hielo.

... José Arcadio pagó los treinta reales y los condujo hasta el centro de la carpa, donde había un gigante de torso peludo y cabeza rapada, con un anillo de cobre en la nariz y una pesada cadena de hierro en el tobillo, custodiando un cofre de pirata. Al ser destapado por el gigante, el cofre dejó escapar un aliento glacial. Dentro solo había un enorme bloque transparente, con infinitas agujas internas en las cuales se despedazaba en estrellas de colores la claridad del crepúsculo. Desconcertado, sabiendo que los niños esperaban una explicación inmediata, José Arcadio Buendía se atrevió a murmurar:
- Es el diamante más grande del mundo.
- No - corrigió el gitano -. Es el hielo.
José Arcadio Buendía, sin entender, extendió la mano hacia el témpano, pero el figante se la apartó. "Cinco reales más para tocarlo", dijo. José Arcadio Buendía los pagó y entonces puso la mano sobre el hielo, y la mantuvo puesta por varios minutos, mientras el corazón se le hinchaba de temor y júbilo al contacto del misterio. ... Embriagado por la evidencia del prodigio, en aquel momento se olvidó de la frustración de sus empresas delirantes y del cuerpo de Melquíades abandonado al apetito de los calamares. Pagó otros cinco reales y con la mano puesta en el témpano, como expresando un testimonio sobre el texto sagrado, exclamó:
- Este es el gran invento de nuestro tiempo.
(G. García Márquez, Cien años de soledad)

A modo de conclusión, el realismo mágico no se lee: se vive.

Meme: Mis caricaturas favoritas

Uno de los lugares comunes de las pláticas entre los miembros de nuestra generación son las series de dibujos animados, tanto las que vimos en nuestra infancia como las que vemos actualmente.

Aceptémoslo: los dibujos animados son parte de nuestro bagaje cultural, han conformado nuestra visión del mundo, forman parte de lo que somos ahora. Hay recuerdos íntimos, vivencias compartidas y momentos decisivos ligados a un episodio, un personaje, una historia que a lo mejor sólo es inteligible para unos cuantos, lo cual convierte las caricaturas no en una trivialidad nostálgica sino en una clave de reconocimiento, santo y seña entre quienes compartimos cierta visión en un momento y lugar determinado de nuestra infancia y/o adolescencia.

Menciono a continuación mis cinco series favoritas:

1) Remy. Gracias por traumarme con la muerte de Corazón Alegre. Toda mi generación recuerda este momento digno del melodrama mexicano más puro.

2) Don Gato. Una de las caricaturas que recuerdo con cariño. Cada vez que vuelvo a ver esos capítulos, me gusta más el personaje de don Gato por subversivo e ingenioso. Y Benito Bodoque era la neta, como de que no.

3) Los Picapiedra. La forma de vida de estos personajes era genial, con todos los implementos de la época prehistórica que les permitían vivir con un confort envidiable. Particularmente es una caricatura muy entrañable pues reunía a toda mi familia para verla (y me refiero a toda la familia: padres, tíos y abuelos).


4) Guerreras Mágicas. Creo que es la mejor serie de fantasía que he visto en mi opinión personal: la historia, los personajes, la música... Lo siento, soy incapaz de objetividad alguna respecto a este tema. Punto.


5) Guardianes de la Galaxia. Seguramente nadie se acuerda de esta serie: En una galaxia y un futuro muy muy lejanos, hay un grupo de alguaciles espaciales que viajan de un punto a otro del universo a velocidad-luz desfaciendo entuertos y remediando injusticias. Muy original, ¿verdad? Pero a mi me gustaba muchísimo. Si un día encuentro esta serie entre los puestos de Eje Central la adquiriré incluso antes que los Expedientes X, antes que Bones y antes que CSI... he dicho.

Bueno, pues ahora me toca pasarles la papa caliente a
Tania, La Celia, Sonojacker, Janik, Trompetista, Señor Chiquito, Rax y Galufi.

El siguiente meme se arma de la siguiente forma: Mencionen sus cinco series de dibujos animados favoritas de la infancia y/o adolescencia.
(Ojo: se trata de series, no de películas. Y no se vale mencionar las series animadas para adultos, que eso merecerá un post más adelante).
Y si alguien se quiere unir, adelante. No dejen de compartir sus memorias animadas.

La oscuridad y usted

La oscuridad es uno de los grandes temores de nuestra infancia.
O al menos, eso se supone.

Debido a que mi primera vivienda carecía de ventanas, tuve que aprender a desplazarme por las piezas oscuras antes y después de poder alcanzar el interruptor de la luz. Esto no me causaba ningún inconveniente, pues mi imaginación no daba para andar sacando monstruos de las tinieblas; el único problema era cuando me pasaba lo que en el chiste de Hellen Keller y alguna silla, caja u objeto similar tenía el mal gusto de atravesarse en el camino.

Cierta vez me contaron sobre una tortura practicada por los militares a los presos retenidos de forma ilegal con el fin de desquiciarlos: los mantenían sin dormir encerrados en una especie de celdas donde todo era blanco. El preso no podía distinguir dónde estaba el techo o el suelo, ni cuál era la distancia entre los muros; es decir, los desorientaban totalmente.

¿A qué viene esto? Que cuando era muy muy pequeña, solía caerme a cada rato de la cama. Pero como mencioné antes, no teníamos ventanas; por tanto, lo único que veía (o mejor dicho, que no veía) era una oscuridad total y absoluta. Así que era incapaz de orientarme para poder treparme nuevamente a la cama; no sabía dónde me encontraba ni hacia dónde estaba la cama. Una sensación muy atemorizante, ahora que lo recuerdo. Lo único que me quedaba por hacer era acurrucarme donde me había tocado caer, confiar en que la noche siguiente no volvería a caerme de la cama, y sobre todo, en no despertarme a mitad de la noche, cuando no había más que oscuridad.

Creo que nunca he tenido demasiados problemas con la oscuridad; o al menos eso creía hasta hace poco cuando se fue la luz mientras me encontraba en un supermercado casi a la hora del cierre y deambulaba por un pasillo particularmente desierto. La idea del almacén casi vacío junto con su enormidad fue suficiente como para mantenerme paralizada durante los dos minutos que debe haber durado el apagón. Minutos que me parecieron una eternidad.

No creo que la oscuridad sea el problema, más bien todo lo contrario.
Los que vivimos en las ciudades damos por hecho la iluminación artificial como un elemento tan natural, presente a toda hora, lugar y momento, que pasa desapercibido hasta que el suministro falla o es interrumpido.

Particularmente, durante esta temporada decembrina padecemos de sobreiluminación en calles, fachadas y casas a través de las series navideñas, adornos y demás implementos navideños, los cuales permanecen prendidos ininterrumpidamente, sea durante el dia o la noche. Una luminosidad que resulta, incluso, agresiva.

Dénme un espacio para la luz; pero pido también un espacio para la oscuridad.

Bocanegrazo (...¿o bocanegrismo será?)

Y dice la leyenda, que en aquellos decimonónicos días de revuelta y conflictos patriotico ontológicos, se lanzó la convocatoria para darle himno a la sufrida patria que ya no sentía lo duro sino lo tupido, entre tanta invasión, los despiporres que le organizaban desde dentro y desde fuera, deudas y alborotos causados por todo aquel que tenía a bien declararse presidente legítimo, así como por quienes tenían a bien declararlo espurio...

Y digo, que según los fidedignos anales monográficos de la venerable papelería de la esquina, el joven poeta Francisco González Bocanegra , a quien le sobraba la inspiración pero le faltaba el ímpetu, no se decidía a plasmar en el papel las inspiradas palabras que tenía en mente para participar por el máximo laude de tal certamen: que sí, que no, que luego, y que si me dan o no la beca, y que si mi amigo Fulanito también va entrar, y que si el jurado ya se puso de acuerdo para darle el premio a Sutano, claro, si se sabe que todos están en esa mafia...
Y estando en ésas, su musa (para fines prácticos, novia) a la que sobraban por igual la inspiración e ímpetus, puso literalmente manos a la obra: encerró al poeta en un cuarto con una mesa, lámpara, papel y pluma, implementos todos muy útiles para evitar un suicidio por ahorcamiento o una audaz fuga a través de la ventana, según los usos y costumbres de la época.

Y que le dice al Bocanegra: "Escríbele o nanay que sales de aquí". Nuestro joven poeta, no es necesario decirlo, se sintió profundamente decepcionado al descubrir el verdadero motivo por el que su amada lo había llevado sigilosa y subrepticiamente al cuarto más recóndito de la casa. Pero también recordó que su chata no era de las que como decían una cosa, decían otra. Y que era bastante capaz de dejarlo encerrado ahí hasta el advenimiento del Tercer Imperio o la devolución de Texas... lo que ocurriera primero.
Resultado: el himno nacional mexicano fue producto de ciertas medidas drásticas y de la inspiración literalmente extirpada de un poeta con muchas ideas pero pocas ganas de sentarse a escribirlas. En definitiva, una chica pragmática y cuatro horas de encierro hacen maravillas.

¿Y por qué viene todo esto a cuento? Pues que me he dado a inaugurar una nueva modalidad de trabajo a la que he titulado "Bocanegrazo", en honor a este prócer y las circunstancias en las que escribió su máxima obra apoyado, claro, por su novia a la que podriamos considerar una visionaria y profunda conocedora del disperso y heterodoxo carácter de los creadores.

Tal modalidad consiste en:

-Encerronas de fin de semana.

-Dieta de boy scout (alimentos preparados en lapsos menores a 20 minutos).

- La sospecha de que, a estas alturas, la idea de un cronograma ya no parece tan mala.

-Escritura onírica automática (de la que ya hablé anteriormente) como un efecto secundario.

Pero no me quejo.
Al menos mis room mates se abstuvieron de poner en práctica el método inspirado por sus juveniles lecturas de El conde de Montecristo. Dudo que hubiera podido, en tal caso, lidiar con una barba hirsuta y escribir con mi propia sangre. Aún hay límites.