hablen vivoras

De la serie "Ojalá estuvieras aquí"

Pescadería El Robalo, región de los Tuxtlas, Veracruz.


el gran éxtasis de Herzog

Oigan, pero no todo es Wenders.

Si andan por París en estas fechas, no olviden ir al Centro Pompidou donde realizan una magna retrospectiva de Werner Herzog, una de las cabezas de la llamada "nueva ola" del cine alemán.

Ustedes no están para saberlo pero tuve oportunidad de proyectar no una sino varias veces uno de los documentales menos conocidos de Herzog... en copia de 16 mm. Cortesía de la filmoteca del Intituto Goethe y de Marcela, la encargada del préstamo del material, una de las pocas personas que nos hacían un poco más amable la vida a quienes colaboramos en el circuito de cineclubes de la UNAM.

Pero ésa es otra historia.

(Herzog... París... snif)

Hasta el fin del mundo

Vi esta película hace mucho, mucho tiempo en algún cineclub de la universidad. Hacía mucho tiempo que no me acordaba de haberla visto, aunque para ser sinceros, fuera de sus primeros cortometrajes, El cielo sobre Berlín/Las alas del deseo, y el documental sobre el Buena Vista Social Club, Wim Wenders no me entusiasma excesivamente.
Por estos días me he vuelto a acordar de ella. La trama, en realidad, posee una importancia secundaria ante la banda sonora, tan ambiciosa como la filmación de una historia en nueve países.
Es inevitable asociar la peli con la canción-tema de U2, pero no se vayan con la finta, puesto que las intervenciones musicales van mucho más allá.
A estas alturas Bono y sus cuates tampoco me entusiasman tanto y el video de la canción en realidad es bastante prescindible, pero no encontré algo más alusivo.



Pero no me hagan caso, mejor vean un fragmento de la peli en cuestión:

Natividad

Los buenos deseos y las esperanzas los tenemos para repartir a manos llenas todos los días.

Así que...

Feliz Navidad, Bon nadal, Hanukah, Ramadán, día libre.
Mazel Tov, Salaam, Aleluya, Felicidades para quienes circulan por este espacio.

Interludio

Una noche en La Ópera...

lugares (2)

Al Xerófilo, por presentarme al detective Wallander.

Coyoacanear: Dícese de la jornada invertida en deambular por conocido barrio del sur del D.F. El tiempo invertido en tal actividad puede ser variable: no puede ser menor a un par de horas pero tampoco debe exceder una jornada laboral de ocho. Se puede coyoacanear individual o grupalmente, bajo la premisa de que tal actividad deber carecer por completo de fines prácticos y/o utilitarios. Es decir, se va a coyoacanear por mero ocio y de dicha actividad se excluye por completo la planeación anticipada, pues todo se improvisa y se decide al mismo tiempo que se coyoacanea. En suma, la esencia de esta actividad reside en el carácter abierto a todo cambio, idea, ocurrencia o inspiración que se presente durante el trascurso de ésta.

Padezco de un desorden de concentración. Necesito del bullicio para poder concentrarme, por lo que a veces hago lecturas más sustanciosas en el pesero que en la biblioteca. El ocio y el negocio me llevan continuamente a Coyoacán, de ahí que haya tenido que elaborar un término específico para definir con mayor precisión la naturaleza de mis andanzas en ese lugar y poder diferenciar cuando se refieren al primer caso en oposición al segundo. Entre una y otra situación hay un espacio intermedio ligado a la necesidad de salir a despejar la cabeza y refrescar ideas, literalmente.

Uno de los mejores lugares para agarrar o intentar retomar la inspiración es, justamente, el café donde siempre está oliendo al pan que ahí se hornea y vende, con mesitas de madera en la calle y música marca Putumayo. A pesar de que nunca deja de estar concurrido me he pasado horas garabateando y leyendo sin interrupción. Otras veces, junto con un café y un muffin de chocolate-chocolate me siento a ver a los transeúntes habituales y los ocasionales, como yo. Veo también a quienes están en otras mesas; casi siempre hay alguien que lleva su equipo de lectura y/o escritura, miembros de la cofradía que encuentra en los cafés la dosis necesaria de ánimo para despertar las ideas y volverlas palabras.

(Continuará...)



(Adivinen cuál es mi lectura de vacaciones)

Mis sitios favoritos pa'letrear (1)

Desde mi experiencia personal, el capuchino constituye un parteaguas: hay un antes y un después del primero. Hasta que lo probé por primera vez fui capaz de pensar que la vida, con todo y sus sinsabores, podía ser mejor, más amable y grata a través de pequeños pero extraordinarios placeres cotidianos, y que frecuentemente eran más accesibles de lo que uno podría pensar. Una vez dicho lo anterior, procedo a informar que el capuchino del Café de la calle Fresno es el mejor de la ciudad, de acuerdo a la opinión autorizada y absolutamente subjetiva de la catadora de este blog, que esto escribe.

Puedo decir que conozco un barrio o zona sólo si he conocido sus cafés, con la consabida degustación. De esa forma, cuando debí acudir al centro de documentación ubicado en esa calle, que por lo demás fue una experiencia sumamente grata por sí misma, no pude evitar entrar a conocer el café que se encontraba enfrente, cuanto más que necesitaba una buena dosis de cafeína para reanimar mis neuronas después de una tarde leyendo y tomando notas.

Mi paso por el centro de documentación fue breve pero fructífero, gracias, particularmente, a sus bibliotecarios. No sólo fueron amables y atentos, sino que también me proporcionaron referencias valiosas sobre artículos y libros que no conocía. El centro fue la parte final de unas vacaciones de verano que pasé en un archivo histórico ubicado en el otro extremo de la ciudad y en el AGN.

Aunque concluí mis visitas al centro hace más de un año, no puedo dejar de darme ocasionalmente una vuelta por ahí, pues es un rumbo que en lo personal me resulta muy entrañable. Por eso, cuando tengo algún pretexto que me lleve en esa dirección, incluyo el consabido capuchino como parte indispensable de la expedición.

La calle donde se encuentran el centro documental y el café, a pesar de encontrarse cerca de una avenida sumamente transitada a toda hora y de una estación del metro asediada por el comercio callejero, es muy tranquila. Además las casas que se encuentran en ella son ejemplos discretos pero bien conservados del estilo art deco, característico de la colonia en cuestión.

Este es el primer punto por el que comenzaré esta especie de mapa personal sobre el proceso de escritura en el que estuve inmersa mucho tiempo, el cual se volvió más intenso durante los últimos meses y que finalicé hace poco.

También es una especie de celebración en retrospectiva, puesto que cada uno de estos lugares fue, en cierta forma, catalizador, cómplice y refugio cuando necesitaba pensar, leer, reescribir, descartar, agregar.

Particularmente, valoro los momentos de tranquilidad en ese café; parece mentira cómo una taza de cafeína caliente es remedio eficaz, al menos en mi caso, para recobrar los ánimos. Este café me recuerda buenos momentos: cómo terminaba una jornada ardua pero fructífera. Mi celebración privada incluía un capuchino.

Pero también me recuerda los momentos más negros (curiosamente, los últimos meses antes de concluir todo el proceso) cuando me sentía incapaz de seguir avanzando. No extralimitemos las propiedades benéficas de la cafeína, aunque éstas sean varias y poderosas. El capuchino es elíxir grato a hombres y dioses, pero no es milagroso. No desaparecía el bloqueo pero al menos me hacía recobrar un poco de tranquilidad para continuar el trabajo.

(Continuará....)