Para verte mejor...

El primer libro que recuerdo haber hojeado con fruición y sin descanso, fue el tomo despastado de una enciclopedia. Esto quiere decir que no tenía principio ni fin, de forma textual; tampoco sabría decir cuál era el número de fascículo ni título de dicha obra, aunque para mí eran detalles por demás secundarios, puesto que yo no sabía leer aún. Esto no era obstáculo, empero, para que me pasara horas y horas con este librín, puesto que su atractivo consistía en todas sus ilustraciones.
Boy scouts realizando las gracias propias del movimiento escultista; la evolución de los primeros microorganismos hasta los dinosaurios durante las distintas eras prehistóricas; aspectos de la vida cotidiana en las aldeas medievales, los juguetes romanos chinos; la máscara de oro del sarcófago de Tutankamon, los delfines del palacio de Knossos en Creta... Lo mejor de todo eran las explicaciones e historias que yo misma creaba para cada una de estas imágenes. Sobra decir que cuando comencé a leer trabajosamente los textos que las acompañaban, éstos últimos me resultaron incomprensibles, cuando no insatisfactorios o incluso, absurdos, al igual que las explicaciones que los adultos bienintencionados me proporcionaban.


En fin, una de las imágenes que más me subyugaban era una ilustración parecida a esto ---->



Sobra decir que gracias a esta imagen rescatada entre los girones de mis lecturas de infancia, adoro las visitas a la óptica. El reencuentro con ella es mi parte favorita del examen de la vista cuando me calibran para un nuevo par de espejuelos. Además a los optometristas les hace una gracia tremenda cuando les digo que me encanta su foroptor o foróptero, que así es como se nombra el artefacto en cuestión.



Ni los engendros de Ctulhu, que conocería muchos años después, ni las enigmáticas efigies de los dioses prehispánicos, le ganan a eso.