Este 19 no se olvida (I)

Parece que a medida que pasa el tiempo, los aniversarios y conmemoraciones, las fotos están cada vez más deslucidas y las imágenes que aparecen en la tele, más arcaicas.
Y sin embargo, parece que cada año el dolor aumenta más. Como la memoria, ¿es un achaque propio de la edad? ¿Una más entre la colección de neurosis chilangas que atesoramos al vivir en este lugar?
Cada generación seguramente tiene sus lugares comunes, sus referencias, sus mitos y ritos.
En la mía, se refiere esta pregunta: ¿Qué estabas haciendo cuando fue El Temblor?

Nótese la ausencia de más adjetivos. Para nosotros sólo hubo un temblor, a pesar de que en realidad, el mismo día tuvimos función doble por la mañana y por la noche.

Vivía en la Roma, en la trastienda de la tintorería de mi abuelo. Tenía 9 años y la firme intención de llegar, ahora sí, tempranito a la escuela. Mis hermanitos no compartían la misma convicción, por lo que, mientras ya me encontraba desayunando (y ese día me estaba deleitando con una sincronizada: delicia entre las delicias del desayuno), ellos trajinaban con mi madre en medio de nudos de ropa, piernas y brazos. Mi papá había viajado a algún lugar en provincia como parte de un equipo que debía entrevistar a un político, el cual finalmente nunca se apareció.
Comenzó. El buen Gutierrez Vivó trató de seguir tan noticioso como siempre hasta que, como varios miles de capitalinos, cayó en la cuenta de que esta vez, no iba a poder ignorar el contratiempo. "¿Qué... qué? ¿Está temblando?"
Silencio y oscuridad. Gritos de mi madre desde el umbral de la cocina a donde ya había jalado a los hermanitos para que me reuniera con ellos. Simple instinto materno y buen juicio antes de todas las campañas de protección civil.
Y con la terquedad de siempre, me parece tan fácil seguir desayunando, negándome a interrumpir la degustación de mi sincronizada por un temblor que seguramente iba a acabar en cualquier momento. Porque sé que abandonar la sincronizada es también abandonarme al terror. Y finalmente todo pasa... o más bien, no pasa. No pasa el temblor, antes bien, aumenta la intensidad. Aumenta el ruido amenazador de todos los objetos de la casa que han cobrado vida propia. Una vida ignorada, independiente y anárquica. Aumentan los gritos de mi madre llamándome... y ahí voy. Al miedo compartido. Al movimiento de todo que parece que nunca se va a acabar. Realmente cuando se terminó ni siquiera nos dimos cuenta. Parecía que el mundo, salido del caos, como dicen en los mitos, volvía al caos en medio de la oscuridad y estertores de la tierra.
¿Qué hacer? Lo primero es tratar de pensar que todo ha pasado y que hay que volver a la normalidad. Gran error. La Roma, como otros lugares de la zona centro estaban literalmente desechos. Como todas las personas que a partir de ese día también vieron derruida su vida o la de quienes amaban.
A los pocos minutos de salir a la calle era evidente que la normalidad también había sido sacudida, destruida. Algo andaba muy mal, no era necesario prender la tele o el radio para saberlo, aunque hubiera sido en vano, pues la energía eléctrica no regresó en todo el día.




1 GLOSAS:

Lienzo dijo...

wow. Tu narración me parece muy buena. Yo debo de admitir aún no nacía, asi que todo para mi es mito y leyenda.