Y... ¿dónde te agarró el temblor?

Ustedes no están para saberlo ni yo para contarlo, pero esta semana se ha alargado inmisericordemente: regreso a la rutina sin exceso de entusiasmo después de una semana de asueto que careció de actividad y de descanso; un cambio de horario que nos roba una hora al día; confrontaciones y decisiones radicales e inminentes. Tensión de más, que se traduce en un sueño pesado y excesivo sin que sirva para descansar. Este sueño a su vez, anula los efectos sonoros del despertador, lo que me ha hecho batir esta semana un record de retardos que supera a todos los que podría haber acumulado en varios meses.
Si quisiera sonar fatalista, diría que el temblor trepidatorio de 6 grados Richter de la medianoche de este jueves fue un digno remate a esta semana, inolvidable de por sí.
No era de esta forma como quería comprobar las cualidades semiacuosas del suelo xochimilca. Tampoco quería volver a escuchar, como escuché anoche, el crujido de una casa y el tintineo de todos los objetos que despiertan a una vida propia, fugaz y caótica. Ni tener que echar mano del mantra para estas ocasiones: nocorronogritonoempujo, nocorronogritonoempujo, nocorronogritonoempujo... Ni sentir nuevamente un temblor incontrolable que domina todo mi cuerpo.
Tras salir hacia el área segura a una velocidad apresuradamente prudente, caímos en la cuenta de que nadie había tomados sus llaves. ¡Voy yo!, exclamé en un arranque más cercano a la desesperación que al heroísmo. Y regresé apresuradamente al departamento. Pero una vez dentro del vientre de la ballena de cemento que se retorcía haciendo digestión con sus varillas, tuve que manotear nerviosamente hasta dar con las llaves, y en un arranque de estúpida inspiración, intenté encontrar la lámpara de pilas que guardo para los apagones. Pero ni la encontré ni pude controlarme tanto, así que rápidamente emprendí una retirada despavorida, eso sí, con las llaves de la puerta en mi poder.
Fue bonito conocer a los vecinos en piyama. Y ver a sus perros caminar tan contentos por el estacionamiento, como si fuera una especie de convivio nocturno para todos, aun con el nerviosismo general flotando por el aire. El gusto nos duró poco a los bichos y a mí, pues en menos de nada, ya había cesado todo movimiento, ya estábamos de vuelta a la inmóvil realidad y de vuelta a nuestros nuevamente inmóviles hogares.
Creo que sólo alcancé a colocar el celular, la dichosa lámpara que al fin apareció, y mis llaves, al alcance de la mano, antes de caer como piedra en la cama.
Ay ternurita, como diría mi hermana. Para lo que sirvieron tales previsiones, si no pudimos alarmarnos debidamente con el siguiente temblor, cuatro horas después, aproximadamente, que pasó de largo en lo más profundo del sueño.

2 GLOSAS:

Celia dijo...

yo todavía no he tenido uno de esos tan fuertes.
los que sufro en tokyo, son como pequeñas sacudidas de autobús, o de chacachaca de tren. Ideales para dormir.

bandala dijo...

Uff... pues mira que por acá también tenemos de esos temblorcitos como para acunarnos, pero no son tan seguidos o al menos, perceptibles en medio del trajín diario. Pero lo que estaba pensando el otro día justamente era que, en comparación con Japón, por acá estamos de lo más tranquilitos, sin temblores tan frecuentes como para tomarlos como parte de la rutina ("Y en las noticias de hoy pasamos al informe del tráfico, del clima y de los temblores"). Y que estos temblores más notorios, al menos funcionan como un buen pretexto para la plática y la convivencia nocturna entre vecinos.
Un abrazo fuerte!